sábado, 27 de noviembre de 2010

Zombis



Cuando el aullido del lobo se abre paso en la noche, con y sin luna llena, los zombis pueblan las calles en busca de su objetivo. Su paso es corto pero vivo. Zigzaguean entre las sombras para permanecer ocultos.

No hace mucho los zombis eran así, en la actualidad, no esperan a la noche para salir de sus lugares. Ahora merodean a plena luz del día para conseguir lo único que les importa. El camino que recorren para conseguir el veneno es una constante que se repite. Por el sendero de la muerte se les ve arrastrase, con el alma envenenada y el cuerpo agusanado sin perder de vista el suelo por el que pisan. Ir y venir, van y vuelven a toda prisa, a la carrera si el ansia les puede. Son presos de la desidia, víctimas de un mundo miserable que vive a espaldas de otros mundos. Todos arrastran una maldición que les sitúa en una zona muerta, donde lo que de verdad importa es el ahora, un presente ocupado por el deseo incontrolable.

Las serpientes que reparten el veneno anidan en rincones apartados, oscuros, enroscadas en sus madrigueras, seguras de que los zombis volverán a por su veneno, porque éste es capaz de alimentar la rutina como una noria.

Con el veneno en la mano no hay pasado ni presente, solo un futuro oscuro que hace que la bitácora de los recuerdos se diluye. El veneno estrangula sus vidas mientras se apagan en una duermevela provocando que las penas huyan de su cuerpo languidecido mientras la calma se aproxima. 

Marchan por el camino equivocado. Una lucidez taciturna les hace volver al veneno. Temblores. Prisas. Ansia. Deseo. Repugnancia. Sensaciones que se yuxtaponen unas a las otras, que compiten en un cuerpo ahogado de desgracias. Sus voces enmudecidas piden ayuda a un mundo que no es capaz de entenderles. Y mientras lo hacen, el veneno inhalado por los pulmones sigue abriéndose paso apagando sus dolores, sus temblores, pero también su futuro y sueños. 


                     

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