viernes, 27 de febrero de 2015

Anclado

Porque todos y cada uno de nosotros/as tenemos muchos momentos o épocas especiales en nuestra vida donde lo pasamos bien, muy bien, o sencillamente porque fue perfecta.
Cómo no acordarse de aquello, de la gran victoria, de aquel maravilloso acontecimiento que iluminó nuestro espíritu, de aquella época que se marcó a fuego en nuestro corazón por lo bien que lo pasamos. Si algo es perfecto, aquel momento lleva ese nombre. Fue tan especial, que por nada ni nadie, ni por el oro más preciado en el mundo te hubieras cambiado. 

¿Pero de qué sirve seguir acordándose de esos momentos si no es para contener el aire por una carcajada o por una sonrisa? De nada vale que rehuyamos del presente para buscar abrigo insistente en el pasado. Debemos seguir construyendo nuestra vida sin destruir los buenos recuerdos y sin memorar con excesivo ahínco repetido el pasado. Si volvemos a aquel lugar solo será para estar de paso, para resembrarnos de la suficiente felicidad que nos permita hacer frente a los avatares de la vida.

Aquellos momentos mágicos del pasado que nos despiertan el corazón han de ser para momentos puntuales, y no para vivir en ellos de forma constante, ya que si lo hacemos, iremos cayendo en un pozo negro de desidia e indiferencia que acabará con nuestras ilusiones, o aún peor, con nuestra vida. No olvidemos que si el pasado fue bueno, o muy bueno, el futuro puede ser mejor, sólo tenemos que creerlo y apostar por ello.

En el pasado haremos una breve parada, porque allí ya no se puede vivir, si no queremos morir en vida.

Apostemos por construir el presente pensando en el futuro, y por supuestos, sin olvidar el pasado
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