sábado, 23 de octubre de 2010

Una paseo en Otoño

Paseo por el parque de El Retiro. Lo hago con la vista en alto, contemplando la tonalidad de naranjas, amarillos, rojos, y aun verdes que prenden de los árboles. El paseo es silencioso, sin huellas que delaten mi paso por la tupida alfombra que han creado las hojas. Hojas que se derrumban, que mueren, como lo hace cada año el otoño con la entrada del invierno. Hojas que no son, pero que quisieran ser perennes para no abandonar el vientre de su madre. Poco a poco el parque va mudando su piel, a cada paso, a cada hoja que se desprende de los árboles.

La brisa acaricia mi cara, barre las hojas y agita las ramas. Me advierte de que pronto llegará un pariente más violento, capaz de erizar el pelo, ahuyentando a la gente de las calles cuando el invierno afín abrace a la ciudad. El parque es un lugar sagrado que me reporta calma y un sosiego que nunca languidece.

Me gusta el otoño. Las flores se apagan, pero pronto volverán a encenderse de colorido.
Es  una época de cambios, que me animan a seguir mejorando, alimentando mi entusiasmo contrariado por la corta vida del otoño. Es una estación donde se enfrentan el frío de la noche con las cálidas tardes.
Sigo paseando. Grabando a fuego el bello paisaje que mis ojos me muestran, y que bien merecen ser inmortalizadas en una postal. La estampa que descubro con mi paso es la ausencia de un recuerdo que renace, y que permanecía latente en algún rincón de mi conciencia.  

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